GUARDIANES DEL NILO

La escasez de agua es una lacra que afecta al 40 % de la población mundial, pero ¿cómo puede magnificarse este problema hasta el punto de llegar a ocasionar un conflicto armado entre países?

La escasez de agua afecta es considerada actualmente uno de los mayores problemas globales existentes, al afectar a aproximadamente el 40% de la población mundial, según los últimos datos aportados por la ONU. Asimismo, Naciones Unidas y el Banco Mundial se atreven a afirmar que la sequía podría dejar a 700 millones de personas en riesgo de desplazarse para el año 2030. Sin embargo, este problema viene extendiéndose durante todo el siglo XX, habiendo crecido el uso del agua a más del doble en relación a la tasa de aumento de la población. Atendiendo a lo expuesto por portavoces de UNICEF, África y Medio Oriente son las zonas más afectadas por la sequía, pues en 2017 el recrudecimiento de estas obligó a 20 millones de personas de estas regiones a abandonar sus hogares.                                                           

Tres de los países localizados en esta área son Egipto, Sudán y Etiopía, que dependen del Nilo Azul y que durante mucho tiempo han intercambiado golpes políticos sobre el proyecto de la Gran Represa del Renacimiento de Etiopía, una obra que según lo cifrado alcanza un coste de 5,000 millones de dólares y que según lo planeado contaría con unas dimensiones equivalente a tres veces el tamaño del Lago Tana.

Desde la Antigüedad el río Nilo ha sido esencial para Egipto, que ha dependido prácticamente de él al ser la fuente de suministro de agua y por tanto la responsable de dar fertilidad a las tierras del país. Es por ello que cualquier problema con el agua o avistamiento de sequía generaba graves consecuencias.

 

Durante el conocido como colonialismo desarrollado entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX, Gran Bretaña influyó sobre Egipto, y en concreto sobre el  río Nilo, firmando acuerdos que daban al país oriental el control absoluto y exclusivo de este.

 Mientras tanto, los otros dos países mencionados al inicio, Sudán y Etiopía luchaban por su independencia.


Por una parte, Sudán había sido colonizada por los británicos y por los egipcios durante el siglo XIX, respondiendo a intereses en el comercio de esclavos. Los Madhistas, considerados líderes del movimiento de independencia, buscaron durante el siglo XX acabar con el dominio colonial. Lo hicieron a través de una lucha que acabó con la consecución de dicha independencia y la conversión en una nación soberana en 1556.

Asimismo, Etiopía no había sido nunca colonizada realmente, y lo que buscaban era precisamente mantener su soberanía. Venció a Italia en la Batalla de Adwa en 1896, logrando conservar su independencia. Pero no lograría una independencia real y una consolidación como país autónomo en sus acciones hasta 1941, tras la 2ª Guerra Mundial.
 

Ambos países buscaron entonces incrementar su control sobre los recursos hídricos del Nilo, propiciando tensiones y disputas con Egipto.

En la década de 2011, Etiopía comenzó el proyecto anteriormente mencionado y conocido como La Gran Presa del Renacimiento Etíope, que es una infraestructura hidroeléctrica que precisamente buscar generar electricidad y fomentar el desarrollo económico del país. Esta represa la podemos encontrar en uno de los afluentes del río Nilo, concretamente en el río Nilo Azul.

Pero lo que parecía ser una brillante idea para el país ha quedado relegado a una lucha con los dos países que también dependen de sus aguas para su actividad agrícola: Egipto Y Sudán. Los países se muestran con incertidumbre ante cómo será la gestión del agua compartida.

 

El presidente de Egipto, Abdul Fattah al-Sisi ha señalado que dicho proyecto es un “problema existencial” para Egipto. Esto viene propiciado por la situación del país, en el que la escasez del agua viene ocasionada por el aumento exponencial de la población y la falta de lluvias. De hecho, sin tener en cuenta el proyecto de represa etíope, Egipto seguiría manteniendo un problema con el agua.

 

Atendiendo a los datos de la Estrategia 2050 de Gestión y Desarrollo de los Recursos Hídricos en el país, Egipto necesitaría para sus principales actividades el doble de agua (110000 millones de metros cúbicos)  de la que dispone actualmente (59250 millones).

 

Ya se ha visto cómo los campos del Alto Egipto han descendido un 29,4% y las tierras agrícolas del Delta del Nilo un 23%. Pero por si fuera poco, está previsto que el nivel del Lago Nasser baje 10 metros, lo que provocaría pérdidas en la energía de la Presa de Asuán, considerada la más importante del país.

 

Viendo todo esto, se entiende que el asunto del río Nilo sea visto como un asunto de importancia clave. Sin embargo, todos los acuerdos firmados entre 1929 y 1959 encaminados a dotar al país de veto sobre proyectos en el Nilo parecen haber caído al olvido.

 

Entretanto, Sudán también muestra preocupación por el asunto, pero no son capaces de trasladar esta preocupación a la firma de un acuerdo con Etiopía que parece hoy más que imposible.

 

En 2015 se adoptó entre los tres países una Declaración de Principios, pero desde ese momento no se ha avanzado en ningún compromiso u objetivo común concreto.

 

Los acuerdos parecen lejanos, y la amenaza de un conflicto por el agua parece tomar cartas en el asunto. De hecho, la disputa es considerada actualmente como la que tiene mayor riesgo de convertirse en una guerra por el agua.

 

Y como bien predecía en 1995, Ismail Seralgedin, entonces vicepresidente del Banco Mundial: “Muchas de las guerras del siglo XX fueron por el petróleo, pero las guerras del siglo XXI serán en torno al agua, a menos que cambiemos la forma en que la gestionamos” 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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